25.3.05

Con restos de sal en la boca

Una lágrima caía por las paredes. La sonrisa se desdibujaba en la ventana, más allá del nogal, a la sombra de la siesta. Una mariposa alumbraba su derrota contra una rosa, que desteñía turbulencia al rayo del sol. Él… impaciente. El viento custodiaba la sequía, y llamaba sigiloso a la tormenta escondida en las montañas. La música sonaba despacito, repetida. Él… cansado. Todo parecía tan extrañamente normal, tan calmo. Una nube se pintaba de caricia sobre un cuerpo sudado. Él… nada. La neblina en sus ojos comenzó a tornarse una costumbre, contemplando las paredes, mirando por la ventana, escuchando el sonido del aire. De repente algo corría por sus piernas, serpenteando sigiloso entre la ropa malgastada. El temblor de su cuerpo no lo dejó moverse, más que en el mismo temblequeo. Sus pies ahora adormecidos no le respondían, casi como era costumbre en su cabeza. Un rumor de agua tibia le llegó hasta las venas, que sabían a veneno hacía un tiempo. Un dolor apagado se apoderó de su pecho, que se quebraba como hoja seca bajo sus pies. Su entorno se fue transformando de a poco, hasta que la alucinación no lo dejó reconocer el lugar. Una luz blanca, con forma de mujer, se le abalanzó en cámara lenta, saltándole a los brazos, besándole los labios. El frío de su boca comenzó a desaparecer, hasta tornar su saliva en talco, y su lengua en sal. La luz se le coló por las pupilas, hasta que todo fue de un blanco invierno, sin forma. Un perfume repetido y el sabor a mar lo relajaron completamente. Y así, despacito, murió en su calma, y despertó feliz.