9.4.05

Palideciendo

Un viejito pálido, estremecido por el calor de veinte manos, no se atreve a llorar. Más allá de los puentes grises, brilla como oro la cúspide de un imperio. Con costumbres de antaño, con engaños maquillados, se jacta de su aurora, de su poder letal. Y ahora el viejo se hace agua, se les escapa entre los dedos, convertido en convicción, en aire, en plural. Las velas ocultan la oscuridad, y el fuego corta el seco del invierno. Ahora son fortunas de humedades las que se desplazan, sin rumbo fijo, nombrando tu nombre, callando tu respirar. Y se pone el sol, y él duerme en la luna. Refleja sus ojitos en el agua, pero el río se lo lleva despacito, burlándole las fuerzas, aprovechando la sequía de no poder llorar. Cuando acaba de nacer el precipicio, suelta al aire su silencio, que se va entre pensamientos, muriendo su cuerpo, naciendo su poder de nunca amar.