25.8.05

.Tenue.

De repente se acordó todo lo que había pasado. Miró a su alrededor, y el vació lo inundó todo, oscureciendo el afuera y apagando el adentro. Las puertas abiertas daban a la nada, esa en la que muere cada día su pasado. Caminó cabizbajo hacia la sala, mordiéndose los labios, creyendo que el aire le cortaba la garganta.
Atardecer, anunciaba el reloj en su muñeca. Pero el viento le traía la noticia de que la guerra comenzaba fuera, donde el humo de los autos postergaba la inocencia para la juventud de años después. Los pulmones abarrotados de temores se vaciaron con un golpe, que la conciencia lanzó alarmada al ver sus ojos, sin su gris. Cayó de rodillas sobre el techo, y las lágrimas comenzaron a recorrer su rostro, subiendo lentamente, hasta colarse por entre sus pupilas, borrando su visión, cegando sus latidos, temiendo lo peor.
Al parecer eran flores. Haciendo círculos con la yema de los dedos, hasta se hubiera arriesgado a decir que eran margaritas. Azules. Pero su cabeza reposaba sobre una piedra. Se incorporó despacio, y vio que no estaba equivocado. El prado llegaba hasta el horizonte, de rojo fuego. A un costado descubrió un bosque, oscuro, lleno de secretos. Tranquilo, tomó aire para gritar, pero los cuervos anticiparon su intención y escaparon de los árboles, hacia el sol. Los ojos le pesaron de golpe y todo comenzó a girar.
El café estaba caliente, pero el vapor le daba fuerzas. Las vigas del techo lo asustaron, su reluciente brillo daba miedo. En la bandeja sobre sus piernas no había azúcar. Ni cuchara. Ni nada para comer. Sólo café. El estómago le hacía ruido, y las manos no soltaban la taza, aunque los dedos ardían. Todo era muy confuso. Una sombra, borrosa, apareció por la puerta. ¿Quien sos? Atinó a preguntar, pero sus labios estaban sellados, y su lengua seca. La sombra brilló haciéndolo cerrar los ojos. Cuando el blanco comenzó a desaparecer, todo había cambiado. El techo ahora era blanco, las ventanas estaban abiertas, y las cortinas se movían con la brisa. Sus manos estaban vacías, y de su boca nació un bostezo. El reloj sonaba en silencio. Las pestañas tomaban volumen, mientras se incorporaba sin fuerza. La puerta se abrió con el viento, crujiendo suavemente, y del otro lado pudo ver un cuadro, una mujer llorando rodeada de flores, en un atardecer gris. De repente se acordó todo lo que había pasado. Miró a su alrededor, y el vació lo inundó todo, oscureciendo el afuera y apagando el adentro.