9.8.16

Sueño de Soledad

Nunca la había soñado desde entonces. Y hoy apareció, tranquila, sonriente, como si nada. Me preguntó cosas cotidianas, de su casa que hoy habito. Charlamos un rato con total normalidad, como si nunca se hubiera ido, pero teniendo en claro que ya no estaba. 
De repente, me voy a bañar, dijo. Y la habitación se transformó en una más grande, brillante, casi vacía, de paredes de vidrio esmerilado que aumentaba el resplandor de la luz exterior.
En un rincón, una cama de dos plazas, de sábanas blancas destendidas.
¿Dónde estamos? Pregunté. ¿Qué es esto? Insistí señalando la cama.
Acá descansas vos, me dijo, sonriente, tranquila, con gesto bueno, como en sus días buenos.
No, por favor, quiero vivir, quiero vivir, le dije.
Y abrí los ojos y desperté, sin entender lo que había pasado.
Nunca la había soñado desde entonces, y nunca tuve un sueño tan claro, y que me pegara tanto.
Aún sigue empapado mi rostro.
A los pocos minutos y en pocas palabras otra de las mujeres más importantes de mi vida me alivió el alma, y en la distancia me abrazo y me contuvo, con toda su luz, esa luz que lore siempre irradia.
Ella vino a mostrarme que está feliz. Que se fue tranquila. Porque así la recuerdo en sus últimos días. Y vino a dejarme en claro, por si tenía alguna duda, que estoy vivo, y quiero vivir.
Y en eso estamos.
Viva la vida.
La que nos tocó, con todo lo bueno y todo lo malo.
La vida que quiero vivir.